Ayer discriminé.




Y antes de ayer.
Me pille haciéndolo y mientras lo hacia me di cuenta que no es fácil no hacerlo.

A punto de subirme al trans, parado en un paradero sin techo ni asientos y con un letrero que dice que este espacio es de la garra blanca, me fije de reojo (solo de reojo) que justo a mi lado había un lolito con shores playeros largos, con una sudadera de los lakers, de niketotal90, y con un corte de pelo bling bling, y dudé. Cuando se acercaba la diligencia, antes de subirme, tomé mi billetera, y la reubiqué en el bolsillo delantero del jeans. Me subí, me acomodé lejos y puse mi cronometro.

Ya en el centro, y con la billetera donde mismo, me acerqué a Falabella a pagar mis deudas. Bajando por las escaleras mecánicas vi que en el pasillo de la ropa juvenil había dos pequeñas señoritas bien morenas y de rasgos precolombinos. Con una bolsa de ekono en sus negras manos miraban para todos lados sin fijarse ni en el precio ni en la talla. Yo, descendiendo, solo conté las lucas para pasárselas a la rubia de la caja.
Cancelé y me retiré.

De vuelta y con el metro a unos metros, encaminé mis intenciones para deslizar luego la Bip por el torniquete. Mire mi reloj y como me quedaban 2 minutos pa las 2 horas cambie el paso turista por un trote citadino. Sentí la mirada de la gente en mi corrida. Sentí su análisis, también. Sentí como me discriminaron. Me sentí como el hoyo.

No discrimino más.
O por lo menos dejaré de ver Aquí en vivo.

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