La señora de las naranjas. ¿A qué sabe tu vida?
Gran hombre. Reconocido y admirado por todos en el pueblo. Robusto, orgulloso, autosuficiente y de mirada altiva frente a la vida, así caminaba don Alejandro por la pequeña localidad de Linderos esparciendo los restos de su cigarro.
Con sus ojos fijos en el horizonte y seguro de las
respuestas que proveía su bolsillo, divisó a lo lejos un par de señoras que
conversaban animadamente.
Una creyente y la otra enfocada sólo en lo tangible del día
a día, argumentaban sus creencias apoyándose en sus experiencias.
El gran señor se les acercó lentamente y poniendo atención
al diálogo lanzó el cigarro al piso, carraspeó y preguntó: “¿perdón, de que
hablan señoras?”. “Es que está señora dice que su dios le ayuda con la
producción de sus naranjitas y que por eso nunca le falta nada. Aún en tiempos
malos, dice. Y yo le digo que es producto sólo de su esfuerzo y de las lluvias
que se dejaron caer por estos lados. Acuérdese que ya se nos había olvidado lo
que era la lluvia” dijo la mujer.
Don Alejandro esbozó una irónica sonrisa mirando a la abuela
de los cítricos y cambiando ahora su vista al horizonte, con sus manos
entrelazadas en su espalda y levantando la barbilla, le lanzó:
- A ver señora, usted dice que su dios le ayuda en todo.
Compruébeme que existe ese dios y le compro ambos canastos de naranjas.
La no creyente miró al gran caballero, se le acercó unos
pasos para ponérsele a su lado izquierdo y mirando a la vendedora esperaron ansiosos
la respuesta.
La mujer creyente puso una de sus manos en su cintura, se
agacho y con la otra tomó una de sus naranjas. Se enderezó lentamente, luego
sacó de su bolsa un cuchillo, partió en dos su producto y luego exprimió el
jugo en su boca. Cerró los ojos, disfrutó, agradeció y conservando la otra
mitad, se le acercó al gran señor y su nueva amiga y le preguntó:
- Mi señor, podría decirme usted a qué sabe esta naranja. ¿Es
dulce o amarga?
El gran hombre, mirando a su compañera, riéndose y de manera
poco delicada respondió: “Señora, ¿usted está bien o es enferma? – Rió también
la atea – “Para saber si es dulce o amarga tengo que probarla, pues. ¿No cree?”.
“Entonces, ¿por qué dicen ustedes que Dios no existe si no lo han probado?
“Entonces, ¿por qué dicen ustedes que Dios no existe si no lo han probado?
La señora regaló un canasto a cada uno y se retiró.
Y tu vida, ¿qué sabor tiene?
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* Corrección ortográfica: Adanyl Brignoni.
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