Vi a Jesús en su mirada

Con un calor de fines de enero pero al comienzo de la segunda quincena de marzo en la frente fui a buscar a mi chica a la universidad en donde iniciaba su postgrado. Cerca de las 6 de la tarde y también del metro San Miguel apareció ella. Cargando en sus hombros la mochila del primer día de estudios, ralentizaba sus pasos esperando mi ayuda. Apurando yo los míos, me acercaba rápidamente para tomar su bolso, su ánimo en caída y su mano para desandar camino.

De retorno, y mientras me ilustraba de su nueva jornada estudiantil, llevo su mano a su estomago y luego a su mochila. Tengo un yogurt dentro, quieres?, me preguntó. Creo que no me lo comeré. Si no, se lo damos a alguien. Mejor, respondí.

A pasos de llegar a la estación subterrá, mi chica apuntó a un hombre parado justo a la bajada del lugar. De vestir haraposo y de espalda curva de tanto sostener su muleta en la mano derecha, él esperaba la cita momentánea. Ya muy cerca y antes que yo pronunciara palabra, el hombre, nos pregunto si teníamos una moneda para darle. Respondimos negativamente pero ofreciéndole el lácteo. Él, agradeciendo con una dulce sonrisa, acepto nuestra oferta abriendo su gastada bolsita de plástico para que nosotros metiéramos dentro el alimento.
Al levantar su vista para agradecer, ahora verbalmente, todo se paralizó por segundos. Vi su mirada. Vi sus ojos claros. Vi su sacrificada vida alentando la nuestra. Vi su rostro esquelético regalándonos fuerzas. Vi, también, de reojo, sus delgados brazos abrazando nuestra fe. Su barba naciente y su largo pelo nos hicieron creer de nuevo. Vi a Jesús en su mirada.

Al retirarnos, mientras mi chica me volvía a tomar la mano, dijo que había sentido algo raro en esos momentos. Que sintió que era un hombre que no venia de “mala familia”. Que le proyecto algo especial. No quisimos darnos vuelta a mirar. Bajamos a los boleterias callados.

Fue una transacción linda pero injusta.
Nosotros entregamos un yogurt y, él, esperanza.

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