Dos segundos
Sentí un ruido estremecedor afuera de mi cuarto, luego un enorme resplandor y después un fuerte remezón parecido al bofetazo de un padre molesto que me enderezo asustado de la cama. Corrí la cortina con el corazón en la mano y comenzó todo.
El rojo intenso del descontrolado fuego quemaba todo mí alrededor. Quemaba pero no consumía. Era un horrible ardor constante. Ya no estaba en mi pieza, estaba en la nada. Solo Gritos, llantos y miradas desgarradoras acompañaban mis manotazos desesperados. Una multitud de personas caían a lo más profundo del fuego. Miedo, terror y angustia. Miré hacia lo lejos y todo era aterrador. Por mi lado pasó un ser raramente hermoso envuelto en llamas. Su mirada que por unos minutos fue irónica, luego, al ver que yo no caía si no que me mantenía, en un segundo se transformo en ira. Y después en dolor. Sus pupilas exhalantes comenzaron a pedir misericordia. Sus grandes ojos no pude sacármelos de mi mente. En mi angustia, como siempre, levante la vista y vi el cielo fuera de este ardiente lugar. Me lleve las manos a la cara para secar mis lagrimas y me fijé que no había heridas en ellas. Y que tampoco sentía dolor. Era el miedo el que apuró mis latidos. Empecé a subir lentamente sin poder sacarme de la cabeza la mirada de aquel ser y de los millares de personas que destrozaban sus gargantas. Mientras caían intentaban agarrarse de mí y no podían, sus manos me traspasaban. Cuando llegué al limite saque mi mano de esa hoguera y desperté.
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